Iglesia Colegial del Divino Salvador

 

Para comprender la magnitud de la Iglesia Colegial del Divino Salvador en la Archidiócesis de Sevilla, no basta con detenerse en la magnificencia de su arquitectura barroca o en el incalculable valor de sus bienes muebles —sus retablos, esculturas y pinturas—. La verdadera esencia de este templo reside en su peculiar devenir histórico, una crónica viva donde se superponen, estrato tras estrato, las huellas de Roma, la Hispania visigoda, el Islam y la Cristiandad.

 

Los Cimientos Olvidados: La Basílica Romana y la Herencia Visigoda

Aunque los testimonios escritos guardan silencio —ni las fuentes romanas ni las árabes arrojan luz directa sobre el edificio primigenio—, la arqueología ha hablado con elocuencia. Bajo el suelo sacro del Salvador yace la certeza de una ocupación antiquísima, sustentada en la tesis de la "persistencia de los lugares de culto". Es altamente probable que el solar que hoy pisamos albergara una basílica romana, un edificio civil del foro destinado a la justicia y el comercio, que con la cristianización se transformaría en templo y, posteriormente, en mezquita.

Dos pruebas arqueológicas apuntalan esta realidad:

  1. La lápida de época de Augusto, incrustada en el cuerpo de la torre campanario (antiguo alminar), un vestigio que, aunque de acarreo, denota la relevancia de la zona en la antigüedad.
  2. Los capiteles romanos que coronan las columnas semienterradas del Patio de los Naranjos, testigos mudos de un edificio monumental cercano.

 

La Era de la Media Luna: La Mezquita de Ibn Adabbás (Siglo IX)

La historia documentada irrumpe con fuerza en el año 829-830, fechas en las que se erige la Mezquita Aljama de Ibn Adabbás. Asentada sobre los restos de los edificios públicos romanos y visigodos, fue el centro de la vida religiosa de la Isbiliya califal. De aquella estructura primigenia conservamos hoy reliquias invaluables: el patio de las abluciones (el actual Patio de los Naranjos) y la base de su alminar.

 

La Cristianización y la Colegiata (Siglos XIII-XIV)

Con la conquista de Sevilla por el Rey San Fernando en 1248, la mezquita sufrió una transformación radical pero respetuosa con su fábrica. El edificio fue purificado y cristianizado, girando su eje litúrgico para orientarlo canónicamente: el altar mayor se trasladó al este, alterando la disposición original de la sala de oración islámica. Durante los siglos venideros, el antiguo patio de abluciones mudó su función para convertirse en cementerio, mientras el templo consolidaba su estatus como la segunda iglesia en importancia de la ciudad, solo por detrás de la Catedral.

 

El Drama del Barroco: Derrumbe y Renacimiento (Siglo XVII)

El siglo XVII trajo consigo la ruina y la gloria. El vetusto edificio de la mezquita cristianizada no pudo resistir el paso de los siglos. El cronograma histórico marca el año 1661 como el momento del derribo de la antigua mezquita para levantar un nuevo templo. Sin embargo, la tragedia golpeó pronto: el primer templo barroco, levantado en apenas nueve años sobre la nueva planta, colapsó estrepitosamente en 1679, quedando en pie solamente los muros.

Las fuentes mencionan que el terreno, de resistencia blanda-media, no tuvo tiempo de consolidarse, y que los fallos de proporción condenaron la obra. El desánimo cundió en la ciudad, recordando el estado del solar lleno de cascotes, tal y como había sucedido previamente en 1674 tras el derrumbe de partes de la primitiva mezquita.

Lejos de rendirse, el Cabildo Colegial retomó la obra. Para evitar una nueva catástrofe, se consultó a maestros de la talla de Eufrasio López de Rojas, maestro mayor de la Catedral de Jaén, y se hizo venir a José Granados, responsable de la Catedral de Granada. Fue Granados quien dictó la sentencia salvadora: «los pilares habrían de ser de piedra palomera». Esta decisión técnica ha permitido que el edificio resista movimientos sísmicos durante sus casi tres siglos de vida, desoyendo las críticas de figuras como Alonso González, quien en 1694 advertía erróneamente sobre la delgadez de los muros.

La labra de la piedra fue iniciada por el cantero Francisco Gómez Septier, pero fue el insigne Leonardo de Figueroa quien, a partir de 1696, tomó las riendas para culminar la obra maestra que hoy admiramos.

 

El Esplendor del Siglo XVIII y las Luces del XIX

Finalmente, en 1712, el nuevo templo fue consagrado. Una joya del barroco sevillano de tres naves con crucero, una altura interior de 24,25 metros y una anchura de 34 metros.

Originalmente, la iglesia fue concebida por los arquitectos Esteban García y José Granados como un "templo lleno de luz", con vidrios soplados transparentes. Sin embargo, la fisonomía lumínica cambiaría en el siglo XIX. En 1852, el Salvador perdió su condición de Colegiata, pero ganó un nuevo tesoro artístico en 1870: la colección de vidrieras de matriz geométrica e hispanomusulmana, patrocinada por los duques de Montpensier, que sustituyó a los antiguos cristales para teñir el interior con una luz mística y colorida.

 

Restauración y Presente (Siglos XX y XXI)

El reconocimiento oficial de su valía llegó tardíamente con su declaración como Monumento Histórico Artístico de Carácter Nacional el 5 de febrero de 1985. A finales del siglo XX, el templo clamaba por una intervención. Se sucedieron campañas de restauración cruciales en los periodos 1987-1990 y 1997-1998, culminando con la restauración integral dirigida por el arquitecto Fernando Mendoza entre 2000 y 2008 (con obras in situ de 2003 a 2008), devolviendo a la antigua Colegial su esplendor perdido y asegurando su legado para las generaciones futuras.

 

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Cómo llegar a la Iglesia Colegial del Divino Salvador

Localización Plaza del Salvador, 3